Por Esteban Jaramillo Osorio

Indignada la afición colombiana, con rechazo al entrenador (Carlos) Queiroz y a la selección nacional, por la pobreza de sus exhibiciones. A los futbolistas no se les desconocen sus facultades, ocultas en los últimos partidos, pero sí el salto de la humildad a la vanidad, exhibiendo el peor rostro al imponer sus rebeldías.

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James cambió la felicidad de su futbol en el Everton, del que el mundo tanto habla, a la depresión en el combinado patrio. Con desmentidas no solicitadas, que equivalen, como dice el refrán, a acusaciones manifiestas. Todo tan distinto a lo que ocurría hace poco, cuando el vestuario, sin enlodarse, era alegría… Era armonía.

Incapaz Queiroz de erradicar los viejos vicios, legado maldito del proceso anterior que prohijó con tolerancia, desmanes y berrinches, nunca ha logrado la confianza de los futbolistas.

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Mientras los directivos evalúan el caos, dándose largas en los tiempos para decidir, ante la lejanía de los próximos partidos, proliferan candidatos en la feria del empleo, sin que la salida de Queiroz haya sido oficializada.

Demostrado queda ahora que un cualquiera no puede ser el director técnico de la selección Colombia. Y que injusto es estigmatizar entrenadores nacionales, con rechazos por prejuicios.

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Tan dañino como el desenfreno de periodistas argentinos tratando de manipular un nombramiento, ensalzando a sus protegidos. Es querer reinar en corral ajeno.