Por: Esteban Jaramillo Osorio

«Ancelotti la tiene clara». A James lo mima, le da ventajas mentales, exprime su futbol y lo potencia en su plan de juego, para sacarlo del pozo en el que estaba. Lo conoce bien. En Madrid, donde realizó 17 goles y 18 asistencias a su lado, James no disfrutaba; sufría, porque Zidane lo rechazaba.

Nadie descarta un zurdo de su clase.

En Everton goza. Es influyente en el juego y el resultado. Se ve fresco, tranquilo, porque además no piensa en desairar a sus detractores sino en reconciliarse con su futbol y consigo mismo.

Hoy parece inmune a las trampas de la fama que, como las cucarachas, entra por cualquier lado.

Con una que otra gambeta, controles precisos, pases medidos y letalidad frente al gol, se aleja de las turbulencias recientes y le da toques artísticos a su equipo. Formas y esencia… Es lo suyo.

Ante el West Brom, se vio más dinámico. Abandonó su refugio de la banda derecha e infirió como creativo en los ataques de su equipo.

Un pase suyo, mal entendido por André Gómez, abrió el camino al gol en contra. Complicidad de Jerry Mina. Pero luego, sin participar en el empate, influyó en tres de los restantes. Uno de ellos de su autoría.

James no es un jugador de combate. Es de etiqueta.

Cuando juega suelto, liberado de trabajos defensivos, se ve dinámico. Sus asistencias, arriba y abajo, tienen olor a gol.

Con espacio, exhibe calidad. Estrecho, en marcas, juega simple. Su deber lo cumple hasta ahora con aprobado, porque encuentra su sitio ideal, detrás de los delanteros.

James no llegó al Everton con promesas vacías. Es ya el centro de atención de una liga en la que proliferan las estrellas. James, sublime.

EJO


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