Por: Esteban Jaramillo Osorio

Intrigante, fabuloso, desbordado. Maradona: de su esplendor a la decadencia, de la decadencia a la muerte.

Jugador irresistible, de recitales geniales, ídolo de masas, que animó el espectáculo mientras destruía su vida.

Para él, la fama después del esfuerzo. La camiseta con toda la pasión. La victoria como única meta. Insolente, indómito, descarriado. Inteligente, calculador, goleador, con intuición e inventiva, destreza y velocidad. Lo tuvo todo.
Vocero de los desvalidos, campeón mundial contra el poder del futbol.

Futbolista genial, fantástico, con el mundo a sus pies, en frenética vida, llena de fama, de fortuna y encanto.

El “barrilete cósmico” con su mejor gol del mundial. La “bestia sagrada”, el embrujo del futbol y “la mano de Dios” en hereje exaltación de una trampa, que tuvo conexión con su iglesia impura y su padre nuestro transgresor.

La desmesura de sus actos, en un tobogán que no encontró un contacto directo entre su condición de futbolista único y la complejidad de su existencia, con sus repetidas caídas. Siempre en pelea, Maradona, con su monstruo interior que empaño sus proezas. Con su familia, la que abandonó y la pelota que alguna vez manchó.

Irresistible su influencia en el futbol, por su clase artística y la idolatría de masas.

Desde el sueño del pibe, hecho realidad, su consagración ante el mundo y las tinieblas de las drogas que el mismo reconoció.

Dios de carne y hueso. Mito viviente. El placer de haberlo visto en su esplendor. De haber transmitido sus partidos, de haberlo entrevistado. Y el dolor por su caída y su muerte. Como a todos, a él también “se le escapó la tortuga”, y murió.

EJO

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