Conocido como Quino, su nombre era Joaquín Salvador Lavado, nació en Mendoza en 1932, era hijo de españoles

 

Quino, el dibujante y humorista gráfico argentino creador de la mundialmente conocida tira cómica Mafalda, falleció a los 88 años, en su ciudad natal, a la que había regresado desde 2017, según informaron los medios argentinos.

Conocido como Quino, su nombre era Joaquín Salvador Lavado, nació en Mendoza en 1932, era hijo de españoles. Y en sus inicios recibió la influencia de su tío el pintor y diseñador Joaquín Tejón. Empezó estudios de Bellas Artes, que dejó en 1949 para dedicarse al humor.

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Desde 1945 ya hacía publicaciones. Pero la que lo llevaría a la fama mundial nació, con su primera publicación en la prensa argentina,  el 29 de septiembre de 1964, justamente ayer hace 56 años. Se trataba de una tierna e inocente, pero muy crítica, niña de 4 años, que según algunos «no podía tener una fecha más propicia para su nacimiento que el inicio de la revolucionada década de los 60».

«Nunca tuvo hijos, pero nadie duda de que el dibujante argentino Joaquín Salvador Lavado, conocido como Quino y fallecido hoy a los 88 años, tuvo su mejor descendencia en Mafalda, la pequeña y contestataria luchadora social en la que se inmortalizó para siempre para hacer pensar al mundo. Considerado con creces uno de los mayores iconos de Argentina dentro y fuera de sus fronteras», señaló el periodista Rodrigo García, para Efe, al conocerse la noticia de su muerte.

La historia de Mafalda marcó la de quino de Quino. El dibujante había sido contratado en 1962 para hacer unos dibujos publicitarios para la marca de lavadoras Mansfield. Para ellos fue el primer dibujo de Mafalda. Pero la campaña no fue aceptada y las viñetas se archivaron.

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Pasados dos años,  en 1964, la imagen de Mafalda se publicó por primera vez en la revista Primera Plana. Un año después, ya acompañada de su amigo Felipe (más adelante aparecerían Manolito, Susanita y Libertad), estaba en las páginas del periódico El Mundo. En 1967 estaba en la revista Siete Días, que la publicó hasta junio de 1973, cuando Quino sintió que el personaje estaba agotado y dejó de dibujarla.

Para entonces, el universo de Mafalda, con sus padres, sus amigos y su hermano menor, Guille, el último personaje en aparecer ya era mundialmente conocido y sus diálogos, pese al paso de los años, no perdían vigencia. Mafalda y su disgusto por la sopa, su amor por los pancakes, The Beatles y el llanero solitario, seguía soprendido a la gente con sus críticas sociales y políticas llenas de inocencia. Fueron más de mil viñetas en tan solo ocho años que hicieron inmortal la obra de Quino.

«Cuando me dicen, ‘gracias por todo lo que nos diste’ digo, ‘¿qué les di?'», expresó el dibujante en una entrevista con Efe en 2016, en la que, consultado sobre cuál es el poso que le gustaría dejar entre sus seguidores, no le costó reconocer que el de alguien «que hizo pensar a la gente las cosas que pasan».

Poseedor de multitud de galardones, como el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y la Medalla de la Orden y las Letras de Francia, Quino nació el mismo año en el que sus padres españoles emigraron a Argentina, y ya en plena adolescencia comenzó a estudiar dibujo en la Escuela de Bellas Artes mendocina.

Sin embargo, cuatro años después, decidió abandonarlo por el mundo gráfico y la historieta. Y ya no había marcha atrás en su destino. Por entonces Joaquín ya era ‘Quino’, un apodo con el que poder diferenciarse de los muchos ‘Joaquines’ que ya había en su familia, entre ellos su tío, quien le despertó la pasión por la ilustración.

«No solo me legó la vocación, sino una filosofía de la vida que a partir de mi abuela me ha marcado mucho. La politización de mi familia me marcó muchísimo», evocaba el genial dibujante.

A los 22 años se trasladó a Buenos Aires, donde no tardó en publicar su primera página de humor gráfico en el semanario Esto es y empezó a colaborar regularmente en medios como Rico Tipo, Dr.Merengue y Tía Vicenta, así como con ilustraciones de campañas publicitarias.

No obstante, en la capital argentina expuso por primera vez en 1962, mientras que un año después publicó su primer libro, Mundo Quino, una recopilación de dibujos editados hasta el momento en revistas de la época.

Y fue precisamente un encargo publicitario el que le cambió la vida: Una nueva línea de electrodomésticos llamada Mansfield estaba destinada a ser promocionada con un personaje que comenzara con «M», que finalmente no llegó a publicarse por el fracaso de la marca. Lejos de meter aquellos frustrados dibujos en un cajón, Quino los rescató para sus siguientes trabajos en prensa.

Es así que Mafalda apareció por primera vez en Gregorio, el suplemento de humor de la revista Leoplán, para pasar a publicarse después de forma regular en otras publicaciones como Primera plana El mundo y en libros recopilatorios.

Las aventuras de la pequeña, así como de sus amigos Manolito, Susanita y Felipe, con los que alcanzó el éxito en decenas de idiomas, se desarrollaron de 1964 a 1973, aunque su imagen y sus atemporales e irónicos mensajes por un mundo mejor la han hecho inmortal.

«Viendo las cosas que hice en todos estos años me doy cuenta de que digo siempre las mismas cosas, y siguen vigentes. Eso es lo terrible… ¿No?», remarcó Quino a EFE.

El veterano dibujante, casado desde 1960 con Alicia Colombo -quien falleció a fines de 2017-, se refería así a sus «temas de siempre», como «la muerte, la vejez y los médicos», con los que durante décadas hizo pensar a los lectores a través de sus emblemáticos personajes.

Pero como no solo una pequeña rebelde supo vivir, Quino compaginó su emblemática creación con otros libros como A mí no me grite (1972) y Yo que usted (1973).

Si bien después de 1973 Quino retomó el personaje en contadas ocasiones, el no querer cansar ni repetirse hizo que Mafalda reposase para siempre pero quedase viva en la memoria popular.

En 1976 se trasladó a Milán, donde continuó realizando páginas de humor, y en las décadas posteriores su popularidad en todos los continentes no dejó de crecer.

Desde hace hacía unos años, problemas de movilidad y de visión le impidieron disfrutar plenamente de una de sus grandes pasiones, el cine, y también tuvo que frenar su vocación, el dibujo, aunque no dejó de asistir a homenajes a su obra y firmas de libros.

Unos de sus últimos actos públicos fue a finales del año pasado, cuando asistió a un homenaje en la Universidad Nacional de Cuyo de su ciudad natal, adonde se mudó hace un tiempo desde Buenos Aires tras quedarse viudo.

Simplemente Quino, su más reciente libro, que llegó a firmar rodeado de multitudes en la Feria del Libro de la capital argentina, se publicó en 2016, y en él se recopilan antiguas tiras publicadas en prensa. Aunque nunca le ha gustó hacer balances, «de vez en cuando» no le quedaba otra que hacerlo sobre todo por la insistencia de los periodistas a la hora de sonsacarle el porqué de su dilatado éxito.

«Eso me lo pregunto yo también mucho. No lo sé. Sé que he puesto el dedito en una tecla que mueve muchas cosas», confesaba el mendocino, quien tenía claro que, del mundo de ahora, alejado en tiempo y circunstancias de 1973, su eterna hija opinaría que es «un desastre» y «una vergüenza».

Con información de EFE y El Tiempo